lunes, diciembre 18, 2006

Augusto Pinochet: ¿Qué hacemos como cristianos y cristianas ante el peso de la carga histórica?

Creo que a nivel mediático y noticioso, lo sucedido en estas últimas semanas, es algo que difícilmente se dé todos los días. Y es que la muerte de Augusto Pinochet, no dejó a nadie inadvertido. Muestra de ello, es lo que se comunicó internacionalmente frente a la gran cantidad de titulares que anunciaban el deceso del ex general.
La figura de Pinochet no deja de producir la polarización que una vez más se reflejó en el país. Unos lloraban por la muerte de su “héroe”, quien los libró de una guerra y llevó a Chile a una próspera senda económica. Otros, celebraron la partida de un personaje que los marcaría para siempre. La tristeza eso sí, de igual manera la vivieron al ver que Pinochet no recibió ninguna condena por casos de violaciones a los Derechos Humanos y murió sin recibir “castigo”. Estas escenas son claras y ejemplificadoras para afirmar que Pinochet fue y seguirá siendo una figura que divide a los chilenos. No podemos negar que para un importante grupo de la sociedad, el motor de la existencia simplemente se desmoronó. Y para ambos extremos. La figura de Pinochet, ha sido esencial en la lucha, tanto para partidarios como detractores. Por eso, ahora que ya no está, deben ser capaces de reencontrarse y hallar nuevos pilares de lucha y defensa, para alcanzar el sentido a la propia existencia.
Los días previos y posteriores a “esta muerte”, produjeron un clima tenso, hostil y no menos agobiante para la Concertación. No sabemos si la Presidenta Bachelet alguna vez barajó la posibilidad de vivir este momento clave. Más allá de si fue correcta o no la decisión de rendir honores como ex Jefe de Estado a quien estuviera desde el año 73 hasta 1989, lo cierto es que lo vivido en nuestras calles, donde habitamos chilenos y chilenas, nos debe provocar una invitación al diálogo, a la reflexión y a la discusión con “altura de miras”.
Si bien para algunos, el gobierno de Pinochet estuvo plagado de éxitos económicos, para otros, eso no se compara, con la gran cantidad de sufrimiento, dolor y llanto que cubrió a miles de familias. Eso, no podemos negarlo. El propio Ejército ha reconocido esta falta, cuando se cumplieran los treinta años del Golpe Militar. Desde hace tiempo, que se han propiciado este tipo de gestos que, creo, se agradecen en pro de una verdadera reconciliación. Sin embargo, ahí está el pesar de muchas familias que aún no encuentran respuesta ante tanto dolor. Quizás, si Augusto Pinochet hubiera dado alguna señal o gesto al respecto, el panorama sería distinto hoy. Y es ahí donde más allá del verdadero perdón, sigue prevaleciendo la arrogancia y la soberbia, de lo cual, Dios simplemente no se agrada.
¿Qué hubiera hecho Cristo en una período de la historia como el que Chile debió enfrentar? Ésa debiera ser nuestra reflexión. Por eso, como mujer, cristiana y evangélica, me siento convocada a mirarnos las caras, a mirarnos a los ojos y a hablar con la sinceridad en nuestros labios. Creo importante, abrir espacios para dialogar, para abrazarnos y para vivir de verdad, el perdón y la reconciliación. Como seguidores y seguidoras de Cristo, creo que no podemos ser indiferentes a valores como la justicia, la equidad y la verdad. No nos olvidemos que Cristo enfatizó en que sólo la verdad nos hará verdaderamente libres.
Ahora no es el tiempo del silencio. Muchas veces, nuestras generaciones pasadas, simplemente callaron ante tanta injusticia y dolor. Así como también, existieron hombres y mujeres que con la bandera del cristianismo, lucharon en pro de defensa de los Derechos Humanos y lo siguen haciendo. No les importó la recriminación y la “fachada” que muchos imponían. Su persistencia y ejemplo de valor, fueron más allá de la presión. Pero ese silencio pasado, fue un silencio cómplice, que pareciera hablar de la nada. Sin embargo, si nos detenemos a escuchar ese silencio, es enfrentarnos a un gran mundo. Múltiples significados, múltiples vivencias, diversas formas de ver la vida. Enfrentar el silencio, muchas veces implica enfrentar el miedo, el temor, el espanto. Enfrentar el silencio es muchas veces enfrentar la verdad, una verdad que queremos negar. Y es que el silencio tiene sus diferentes aullidos, matices, gritos, palabras. Luego del Golpe Militar, vivimos muchos silencios. Silencios cómplices, silencios ausentes, pero también silencios involuntarios. Como evangélicos también vivimos el silencio. Un silencio oficialista, que hacía creer que nada ocurría. Un silencio cómplice quizás por no denunciar lo que en el silencio más profundo acontecía. Pero, hubo un grupo de hombres y mujeres cristianos evangélicos que se atrevieron a romper el silencio. Y eso vale la pena reiterarlo: Sus vidas, hasta hoy, son un ejemplo tangible de cómo anunciar la libertad, esa libertad que emana de la vida que el propio Dios nos da. Por eso, las generaciones nuevas, no queremos vivir más en un silencio del cual seamos cómplices. Queremos hacernos parte de una generación conciliadora, donde desde nuestros silencios más individuales, velemos por un colectivo que anhela la paz y la verdadera unidad.
“Ya no hay judío ni griego, hombre ni mujer, esclavo ni libre”. El Señor Jesús nos ha reivindicado para darnos un poder de valentía y no de cobardía. El nos dé la fuerza para vivir en igualdad de derechos. Queremos ser esos hijos e hijas de Dios, pacificadores, porque si decimos conocer a Dios que no le vemos, ¿cómo no querer a nuestro hermano que lo vemos?
Pasarán aún algunas generaciones para sanar y curar las cicatrices de tanto odio y resentimiento. Nuestro llamado es a que mientras podamos seguir ejerciendo y proclamando los ideales de la justicia y la verdad, lo hagamos con sinceridad. Debemos ser capaces a no tener miedo y dar espacio a esa anhelada reconciliación. Tengamos la convicción de que antes que cualquier otra bandera, somos embajadoras y embajadores de Cristo.