viernes, febrero 10, 2006

Profesión v/s llamado de Dios: He ahí el dilema



Dicen que los juegos de niños, se cumplen cuando uno es grande. Al crecer, esas fantasías se hacen realidad. Y no deja de ser cierto. En la niñez, muchos jugaron a ser profesores y cuando grandes decidieron estudiar para ser maestros de carne y hueso. Al igual que aquéllos que se creían doctores, hoy atienden en sus consultas. O quizás, habían algunos que se creían artistas y ahora visitan los escenarios. Y otros, que andaban con el micrófono y la radio a cuestas, en la actualidad, están ante micrófonos de verdad.
En realidad, las habilidades y los talentos, inevitablemente van aflorando desde muy pequeños. Por lo general, son los padres los testigos más directos del potencial que vamos desarrollando con el tiempo. Ya con el transcurrir de los años, esos talentos se van afianzando y moldeándose hasta dar paso a la llamada vocación. Para muchos, es un concepto difícil y complejo, sobre todo cuando el panorama se ve confuso. No obstante, la vocación debe entenderse como aquel llamado para lo cual hemos sido convocados. Es decir, es el camino para cumplir el propósito por el cual hemos sido llamados.
Cuando buscamos en el diccionario dicho concepto, nos encontramos con una gran definición: Vocación es un llamamiento divino. La palabra vocación viene del latín y significa llamamiento. Sí, tal como lo lee. La vocación es un camino absolutamente divino. De ahí, que para nosotros como cristianos, este término debiera ser muy familiar, íntimo y cercano. Sin embargo, en nuestra sociedad ha perdido relevancia este concepto y se vincula exclusivamente con el sinónimo de carrera. Sí, es una carrera, pero no cualquier carrera sino que una carrera divina. Por eso, es que la vocación debe entenderse como una llamada de Dios, una convocatoria santa a realizar una tarea o cumplir una responsabilidad que el Señor ha puesto sobre nosotros. Dios es un Dios que llama y nos llama a servirle en su Reino con nuestros dones y talentos. Por ello, cualquier vocación que satisfaga el propósito de Dios, puede considerarse como un llamamiento divino. Puede ser que Dios no nos llame de la manera que llamó a Moisés, apareciendo en una zarza ardiente para darle una serie específica de órdenes de marcha. En vez de eso, Él suele llamarnos internamente dándonos los dones, talentos y aspiraciones que tenemos.
Cuando comprendemos la esencia de este concepto, el panorama inevitablemente cambia, por supuesto, para mejor. La carrera que debemos escoger, no es un medio para lucrarnos, ni para conseguir ese éxito que nos promulga el mundo. La carrera que escogemos debe ser un camino para cumplir el propósito de Dios en nuestras vidas. De ahí que sea importante y urgente, descubrir para qué hemos sido llamados, es decir, cuál es la misión que debemos desarrollar en este mundo. No estamos por casualidad ni mucho menos para vegetar y andar errantes. Tenemos una meta y un objetivo definidos. Es importante encontrar esa visión, ese sueño. Cuando lo tenemos en nuestra mente definido, la profesión que escogemos es sólo un medio que nos permite llegar y conseguir con más fuerzas dicha visión. ¿No resulta desafiante encontrar esa vocación?
En este caminar, hay dos elementos que quieren entorpecer nuestro objetivo: El miedo al fracaso y la excesiva presión por conseguir un marcado éxito. Pero no es un éxito a la manera de Dios, sino que es el triunfo desde el prisma humanista. Los que importan son los logros mediados únicamente por el hombre y para ello, la competitividad suele ser el único camino para alcanzarlos. Y es que se aspira a obtener más y más dinero, más y más posesión y posición social. Y eso conduce a un estilo de vida más estresante, agobiante, en definitiva, enfermiza. A veces, es inevitable caer en este ritmo, incluso siendo cristianos. No nos damos cuenta, cómo hemos sido atrapados en un mundo veloz, en un entorno acelerado y vamos perdiendo ese motor para lo cual hemos nacido.
No obstante, lo que importa es que seamos fieles a esa vocación, a ese llamado divino. Dios nos necesita para cumplir su propósito aquí en la tierra: Salvar al hombre. Por eso, debemos ser personas dispuestas a hacer cosas extraordinarias por Dios, personas que tengan una misión que cumplir por mandato directo de Dios.
Por lo anterior, el llamado es muy importante en la vida de un cristiano, sobre todo en la edad de los jóvenes, ya que están decidiendo opciones de vida. Por eso, la vocación, la carrera que estudiamos, los dones y talentos que Dios nos ha dado, deben vincularse entre sí. No pueden ser cosas separadas, ni elementos divisibles. La vocación es el llamado de Dios para nuestras vidas. Por eso, no podemos separar la carrera que deseamos estudiar con el llamado de Dios. Por ello, debemos tener sensibilidad para conocer lo que Dios quiere para cada uno de nosotros. Entonces la pregunta debiera ser: ¿Qué carrera puedo estudiar de acuerdo con mis dones, habilidades y así responder con más herramientas al llamado de Dios? Cambia la perspectiva, ¿verdad? Ya no es lo mismo, cuando lo miramos de esa manera. Y es que inevitablemente, se nos abre un mundo nuevo.
Debemos entender, que la búsqueda de este llamado y vocación, es un proceso, por lo que no se presenta de repente. Como tal, debemos vivir ciertas etapas y estos ciclos no son rápidos ni repentinos. Hay que vivirlos paso a paso. Y en eso, la confianza en Dios es crucial. Si estamos en su perfecta voluntad, debemos estar conscientes que todo lo que pase, es porque está bajo su control y Él lo permite. Si Él comenzó la obra, es fiel en completar su propósito en cada uno de nosotros. De eso, no hay dudas.

"En búsqueda de ese verdadero valor"

Hoy, parece que todo es válido. Las reglas que tenían en equilibrio al mundo ya no importan. Las normas que tratan de ordenar nuestro entorno, cada día pierden más valor. Y es que todo ya es relativo. No hay modelos que seguir, no hay patrones por cual regirnos. Más bien dicho, cuesta mucho encontrarlos. La vida que llevamos impiden ver la verdad, acomodando cada cosa a nuestras propias experiencias. Yo puedo creer que algo es bueno, pero esto es voluble. Así es como mi amigo, mi padre o madre, pueden pensar distinto, lo que demuestra un absoluto relajo por saber qué es realmente correcto. Es aquí donde viene el conflicto y nos vamos enfrentando a una serie de situaciones que tratan de tener alguna solución. Y ahí se presenta la crisis, la cual parece no terminar.
Sin embargo, a pesar de ese cambio en nuestra sociedad, siempre en nuestros actos, se manifiestan costumbres o tradiciones de nuestra propia cultura, ya que desde pequeños fuimos adoctrinados por principios y valores, los cuales nos fueron acompañando en nuestras vivencias. Por ello, nuestro interior se desborda en ciertas actitudes o respuestas que demuestran lo que en realidad pensamos. Llega ese momento, en donde decimos ¿Es esto verdad? ¿O es sólo algo utópico? Es ahí cuando quien ha de tomar la decisión es la persona que se encuentra sumida en una situación de conflicto y la ha de tomar consciente de su responsabilidad moral, es decir, no de manera arbitraria y siguiendo exclusivamente su antojo y voluntad personal, sino teniendo presente lo que reviste validez en la comunidad a la que pertenece.
Por lo anterior, creo que es legítimo cuestionarnos sobre aquello que se nos ha impuesto. Lo valioso es descubrir finalmente ese sentido, esos valores y vivir por ellos, siendo el motor de nuestra existencia. Pero ¿quién encuentra valores hoy en día? ¿O es que acaso pensamos en forma distinta, transformando los significados de las cosas? Con sólo pensar en la cantidad de seres humanos que vivimos en este mundo, me confundo en distinguir el número de valores que andan flotando por ahí. Y sigo preguntando, ¿qué es entonces, la verdad? ¿Existe una única verdad, absoluta, irrevocable?
Si bien es cierto, existen muchas culturas, en donde cada cual tiene sus propias convenciones, creo en una verdad común para todos. Debe ser real y está presente en todos lados. Pueden pasar años, días o segundos, pero en algún momento nos enfrentaremos con esa verdad. Por lo tanto, ese patrón común existe. Sólo que algunos están más receptivos a ésta, otros le son indiferentes, ya que se sumergen en la ola de la sociedad y van relativizando sus propios valores. Pero encontremos esa verdad, un tanto escondida, un tanto cercana, lo cierto es que está.
Los conflictos nos entregan herramientas para seguir viviendo. Ponemos en práctica todo lo que sentimos y tratamos de dar una respuesta al problema que se nos presenta. Logramos una solución, según lo que nosotros creemos. No obstante, cuando la situación se escapa de nuestras manos, sin poder reaccionar de forma normal o "humana" recurrimos a esa verdad.
Todas las culturas, anteriores o presentes, tienen que determinar algo superior. De ahí la cantidad de dioses, sean verdaderos o no. Lo cierto, es que hay una necesidad que va más allá de lo terrenal. Necesitamos aferrarnos a algo. A pesar de todos los valores que puedan existir, rige uno por sobre todos. Y en las situaciones críticas éste se manifiesta.
El evitar el sufrimiento no estaba a nuestro alcance. De las cosas que existen, unas están accesibles y otras no. Una vez leí que entre aquellas cosas que están más cercanas encontramos a la opinión, el afán, el apetito y la negación. En una palabra: todo lo que es nuestra propia obra. Sin embargo, no están a nuestro alcance el cuerpo, los atributos, la consideración y la posición, en una palabra: todo lo que no es nuestra propia obra. Lo que está a nuestro alcance es libre por naturaleza y no puede ser impedido o prohibido; pero lo que no está a nuestro alcance es débil, cautivo, limitado y ajeno. Sí es así, aunque no lo queramos asumir.
Cuando uno se enfrenta más a la vida, es decir comparte más experiencias, saliendo de las cuatro paredes que nos limitan, es posible preguntarse sobre qué es lo verdadero. Y ahí viene el problema, porque hablar de valores ya es difícil. No los vemos, no los palpamos, sólo los sentimos. Más problemático resulta todavía el tratar de imponer un valor supremo, porque aquí es necesario una fe genuina, de las entrañas, de lo más profundo. Es ese momento, cuando uno se reencuentra consigo mismo. Cuando ya no tenemos nada más que hacer, vamos a ese valor. Al no tener más salida, vemos un escape en ese querido y necesitado valor.
Ese valor único siempre ha estado al lado de nosotros. Lo cierto, es que nosotros no le hacemos caso. Sólo en "aquellos momentos". Y luego, ¿qué pasa? ¿Volvemos a lo mismo? ¿Dejamos a un lado ese "Valor", para seguir con nuestros propios valores?
En un principio, nos pueden imponer ciertas conductas. Pero llega ese momento, en donde realmente nos sentimos libres y tenemos la posibilidad de escoger sobre qué es lo verdadero y realmente importante.
La verdad es verdad por sí sola, pero podemos llegar a ella. Dudo de la verdad en la cual todos piensan creer. Yo voy tras ésa que perdura para siempre a pesar de los tiempos. No quiero olvidarme de ese gran "Valor". Si pensamos en él, se nos hará manifiesto. Hay que buscar y lo hallaremos. Mientras, pensemos en este mensaje: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”, tal como lo hallamos en uno de los Evangelios. Pretendamos buscar esa libertad, la única que nos mantiene... la única capaz de motivarnos a seguir...la única que nos impulsa a seguir creyendo...a seguir caminando...