viernes, enero 20, 2006

31 de octubre: Llegó el gran día, un verdadero desafío

En medio de tanto conflicto y ajetreo, terminamos el año 2005 con una excelente noticia para la Iglesia Evangélica. A manera de reconocimiento por el gran trabajo desarrollado a lo largo de la historia del país, el gobierno decretó el 31 de octubre de cada año, como el día de las iglesias evangélicas en Chile. Un gran avance para la larga lucha que han realizado líderes de todos los tiempos en pro de la libertad e igualdad religiosa en la nación.

La buena noticia fue celebrada por más de setecientos líderes evangélicos, entre obispos, pastores y pastoras de todo Chile, invitados a La Moneda el pasado lunes 26 de diciembre. En una emotiva ceremonia, el Presidente Ricardo Lagos valoró el trabajo llevado adelante por la Iglesia Evangélica en el país. En su discurso fue evidente el reconocimiento a tantos hombres y mujeres, verdaderos mártires de la fe cristiana. Nombres como Thompson, Trumbull o Canut de Bon, inundaron el mensaje del Presidente. Un discurso enérgico, apasionante, que retrató muy bien las raíces de la diversidad y pluralismo de las iglesias evangélicas en el país. Caso especial fue la mención a Martín Lutero, quien con su valentía y coraje, un 31 de octubre de 1517, clavó 95 tesis ó 95 argumentos que desafiaron a la Iglesia Católica de ese entonces. Ése era el comienzo de la libertad y las ansias por crear una nueva forma de vivir el Cristianismo. Es lo que dio paso a la transformación de la fe cristiana. Desde ahí el protestantismo comenzó a multiplicarse por Europa, alcanzando otras latitudes hasta el día de hoy.

Lo anterior, fue el gran argumento para declarar que el 31 de octubre fuera considerado como el día de las Iglesia Evangélica en el país. Era el día más apropiado para convocar a todas las representaciones diversas de los protestantes en Chile. Después de todo, la Reforma Protestante debe ser considerada como un gran hito y un verdadero desafío para la iglesia actual. Sin la valentía de un hombre como Martín Lutero, no podría haber sido posible considerar ese espíritu libertario y la capacidad de decidir libremente. No hubiéramos entendido lo importante que es la salvación, como un regalo por Dios, sólo por gracia. No hubiera sido alcanzable la lectura de la Palabra y entender que sólo por la fe, el justo vivirá. Por más que en ciertas ocasiones se quiera renegar de este avance, es imposible obviar el gran legado de Lutero.

Ese decreto del Estado de Chile, debiera ser para la Iglesia Evangélica un verdadero desafío. Esto, porque con este decreto es necesario interiorizarnos mucho más en nuestra identidad como protestantes evangélicos. Más de alguna vez quizás nos hemos preguntado, qué realmente tenemos del ser protestante o cuán cierto son aquellos principios libertarios en los evangélicos y evangélicas de este país. Así, este decreto nos obliga a compenetrarnos mucho más con el espíritu del ser protestante. La sociedad nos está exigiendo y nos demanda posturas claras frente a temáticas contingentes y, ¿qué estamos haciendo?, ¿qué estamos diciendo?, ¿cómo estamos actuando?
Por otro lado, es un gran desafío, porque este decreto exige a las diversas iglesias, el conocer más de la historia protestante. Es increíble ver y darse cuenta del gran desconocimiento que algunas iglesias tienen frente al tema de la Reforma. Algunos ni conocen quién fue Martín Lutero o qué pasó un 31 de octubre. Pareciera increíble o imposible de pensar, pero así es.

Nuestra identidad como evangélicos y evangélicas, ha sido reconocida en el país por las propias autoridades gubernamentales. Ahora, está en nosotros resguardar ese reconocimiento, velar por la identidad protestante y seguir promulgando los valores de la fe. Es un lindo desafío que nos motiva a saber quiénes somos, a dónde vamos, en qué creemos. Una tarea no menos compleja, pero que debe estar presente en nuestras vidas. Un pueblo sin identidad, es un pueblo sin historia. Velemos, entonces por la nuestra.

miércoles, enero 04, 2006

2006: Un tiempo para concretar el propósito

Recuerdo que cuando era pequeña, las vacaciones parecían interminables. En ese entonces, uno como niño no alcanza a dimensionar todo lo que implica el descanso y todo lo que significa comenzar un nuevo año de trabajo y de estudios. Los días parecían ser muy largos, por lo menos eso percibíamos y marzo se veía muy lejano.

Pero toda etapa cumple su propósito. Hoy, los días ya no son tan extensos y pensar que las vacaciones son eternas, es algo del pasado. Vivimos un mundo muy rápido donde el “ajetreo” es un elemento absolutamente cotidiano en nuestro panorama diario.
A manera de anécdota, ahora sabemos o más bien entendemos que después del famoso “Festival de Viña del Mar”, las vacaciones simplemente terminan. De eso, también da cuenta la programación de los distintos canales de televisión. Como una especie de recambio, de renovación y de transformación, las diversas propuestas comienzan a ser distintas para comenzar un nuevo año y, por lo tanto, encantar a sus seguidores.
Y a la oferta mediática, también se une la venta de múltiples créditos que intentan ayudar y respaldar el gran nivel de gastos que se potencia con la llegada de marzo y el comienzo del año escolar. Diversas entidades entregan una propuesta, la mayoría de las veces, muy tentadora. Y ante esta oferta, muchos se doblegan, porque simplemente la necesitan.
Es difícil comenzar un nuevo año. Creo que todos coincidimos en eso. Sobre todo cuando el futuro no se ve muy claro. Más bien, hay incertidumbre y un escenario lleno de proyectos e ideas. Es en ese momento, cuando debemos aferrarnos a las promesas de Dios sobre nuestras vidas y confiar en que Él es quien nos sustenta y nos cobija bajo su protección.
Lo importante de todo esto, en medio de una realidad quizás no tan resuelta, es tener claro cuál es el destino y la meta final para este año. Al tener ese blanco despejado, los desvíos que se presenten, atajos o dificultades, pueden superarse con más seguridad. El problema se presenta cuando el fin está nebuloso. Así es casi imposible, forjar metas, objetivos. Es necesario fijarse un propósito, capaz de conducirnos y dirigirnos hacia ese destino.
Es imprescindible entender que, como hijos e hijas de Dios, somos seres de propósito, con objetivos claros, con fines determinados. No estamos hechos de casualidades y por casualidades. El fin es poder concretar ese propósito y encausar todo lo que se realice hacia ese fin.
Lo que realmente preocupa, es cuando hay cristianos que no entienden cuál es su propósito y menos entender que todo lo que se vive debe ser dirigido hacia ese objetivo. En este sentido, es imposible que cada cristiano sea divisible, es decir que se refleje de mil maneras. El propósito es uno y todo lo que realizamos debe ser respaldado por ese fin. Todo nuestro ser debiera estar compenetrado con esa misión que Dios nos ha dado. El problema es que como cristianos muchas veces dividimos nuestras tareas y nos volvemos departamentales: Trabajo por un lado, hogar por otro e iglesia por otro sentido. ¿Por qué? Porque nos inclinamos a ser divisibles, lo que tiende a complicar las cosas, cuando todo podría ser más fácil.
Entonces, lo primero es entender cuál es nuestro propósito y cómo este año se encausa hacia él. En la actualidad, la mayoría de los trabajos se desarrollan sobre la base de proyectos anuales, es decir, hay un año para cumplir los objetivos y luego evaluar considerando los logros. De esta manera, podríamos asumir este 2006, como un año donde queremos lograr objetivos de nuestro gran propósito. Es cierto que se presentarán obstáculos y sorpresas que no estaban previstas, pero cuando uno tiene claro el fin de todo, es posible ordenar, replantear, reformular las tareas y seguir adelante.

Todavía hay tiempo para sentarse, tomar lápiz y papel y fijar los objetivos para este año. Al tener las metas claras, hay que ser hábiles para despejar todo lo que no sea de aporte. Sólo hay que centrarse en aquellas metas y trabajar fuertemente para alcanzarlas.
Le animo a empezar este 2006 con la frente en alto y trabajar sobre un camino que quizás todavía no está pavimentado del todo, pero que se debe afinar. Es bueno asumir que la obra hay que entregarla en diciembre y para ello no se puede perder tiempo. Quizás no vea todo muy claro. Pero no nos olvidemos que cuando tenemos un propósito es imposible abandonarlo. Entonces, anímese. Enfrentemos este año con fuerza y vigor. Para ello, obviamente nunca debemos olvidar que Dios nos ha marcado con su mano y contaremos con su ayuda para emprender este trabajo. Su bendición está con nosotros. ¡Adelante!